*PŎPŬLA
Las formas toponímicas Pobra ⎼habitual en gallego⎼, Póvoa ⎼en portugués⎼, Pruoba ⎼en mirandés⎼, Pola y Puela ⎼en asturiano-leonés⎼, Puebla ⎼en castellano⎼, y Pobla ⎼en catalán⎼ son cognados o variantes de un mismo tipo de creación iberorromance, cuyo uso ha quedado prácticamente restringido a la toponimia. Una puebla (pobla, pobra…) era principalmente un instrumento jurídico ⎼vinculado con frecuencia a la emisión de un documento denominado carta puebla⎼ que aglutinaba una serie de privilegios, otorgados para facilitar la aparición o la organización de nuevos núcleos de población, y que, por ese motivo, quedó constituido como un excelente referente toponímico.
Si bien la forma popula se halla documentada en latín medieval ⎼aparece, al menos, como latinización de La Puebla (de Roda) en un documento del siglo XIV (DARA: ES/APRODA - 00053/0004)⎼, su origen ha de estar en un derivado deverbal romance a partir de poblar o del correspondiente verbo en cada dominio lingüístico iberorrománico, procedente a su vez del lat. populare, con el significado de ‘llenar con gentes, habitar' (DuCange, s. v. populare), surgido desde el primigenio deponente clásico populari ‘devastar’.
Los resultados romances muestran sonorización de la -p- intervocálica y síncopa de la -ŭ- postónica en el verbo y en el consiguiente sustantivo. El catalán se ha quedado en ese estadio, con ọ cerrada en La Pobla, como en poblar (DECat, s. v. poble), si bien fuera de las “Poblas” ⎼esto es, en los lugares del resto del dominio lingüístico catalán sin contacto directo con las localidades así llamadas⎼ se pronuncia abierta por analogía con poble. Rasgo característico del catalán ribagorzano ⎼como del aragonés ribagorzano⎼ es la palatalización de la lateral (La Poblla [la ‘pobλa] en ALDC, V, 100). Las evoluciones ulteriores en los demás dominios van desde el cambio de -l- en -r- en gallego y la reducción de -bl- a -l- en asturiano-leonés hasta la diptongación en castellano de ŏ (> ue) en el sustantivo deverbal. El mirandés Pruoba se caracteriza por la metátesis, además de por el paso a -r- y la diptongación.
El hecho de que el asturiano-leonés no diptongue (Pola) ha recibido distintas explicaciones, aunque sí ha habido diptongación en determinados topónimos, como en el caso de La Puela, capital del concejo de Allande. El DCECH (s. v. pueblo) justifica la no diptongación por influjo de un presente verbal analógico (él pola ‘él puebla’) y descarta la proclisis, y consiguiente atonicidad, argüida por Menéndez Pidal (1906: 144). García Arias (2000: 337-338), no obstante, tiene en cuenta otras posibilidades, como el difícil cruce con pōpŭlus ‘chopo, álamo’ ⎼apuntado por López Santos (1960: 274-275)⎼, o la derivación deverbal desde el mencionado lat. populari ‘devastar’, que aludiría al desmonte de las tierras que querían hacerse cultivables y en muchas ocasiones habitables y dotadas de una particular reorganización administrativa. En la Edad Media las tierras se daban “en polo”, esto es, en disposición de ser desmontadas y explotadas, por lo que ese lat. populari podría haber continuado en el ast. poblar ‘ordenar la casa’ y en sus participios fuertes polu / pola / polo. El DELLA (s. v. poblar) habla más claramente, sin embargo, de la nominalización de poblu y pobla desde un participio fuerte *poblu, -a, del lat. populare, que también mostraría diptongación analógica (pueblu, puebla), acorde con el influjo de las formas personales verbales. Junto a esas formas, se dio la característica desaparición de la labial agrupada, siguiendo la vía evolutiva ejemplificada ya en el infinitivo polar (← poblar): popula > *pob(u)la > poula > pola (y, paralelamente, polu, así como puela y puelu).
Por su parte, tal como señala Boullón Agrelo (1991: 16), las formas gallegas pobrar y pobra, donde se da el paso normal de -bl- a -br- (cf. nobre, branco) y desde donde se podía llegar con metátesis a probar y proba, son algo más antiguas ⎼documentadas desde el siglo XIII⎼ que poboar y póboa ⎼documentadas desde finales del siglo XIII y, en especial, a partir del siglo XIV⎼. Es posible que estas últimas se hayan derivado ya del romance pobo (< lat. popŭlus) y no del desarrollo romance del lat. populare, como las anteriores; así lo indica también el DELP (s. v. Póvoa y Povoar). Los topónimos Pobra y Póboa tienen, por esa razón, una distribución cronológica, pero también geográfica: en territorio gallego, donde se registran mayoritariamente las variantes con -bl- y -br-, se halla Pobra, mientras Póboa ⎼luego Póvoa⎼ aparece sobre todo en textos portugueses de fechas posteriores, tras coexistir con las formas más antiguas. Respecto de la presencia de la -v- en las formas portuguesas, conviene tener claro que la evolución regular de la -p- latina intervocálica ⎼o entre vocal y -l- (o -r-)⎼ es -b- en gallego-portugués, lo que justifica formas como pobo, pobro, pobrar, poborar (con o epentética), poboar; de esta manera, la evolución a -v- (povo, povorar, póvoa, povoar) es una excepción en portugués. Las variantes con v pueden resultar de una oscilación meramente gráfica b ∼ v (∼ u), que puede reflejar la neutralización de la oposición /b/ - /v/ de algunas variedades del sistema gallego-portugués (Maia, 1986: 473-474). Sin embargo, la creciente frecuencia de estas formas con -v- a partir del s. XV sugiere, en Portugal, una selección normativa que puede relacionarse con los usos en la documentación administrativa. Asimismo, el resultado -p- > /v/ se registra en escova (< scopa) e nêveda (< nepeta), en las variantes populares povre / prove (de pobre < paupere) y en los arcaísmos preseve (o pesebre < praesaepe –aunque presépio es la forma contemporánea–) y provinco / pervinco (< propinquu). Williams (1961: §72 4a) considera que "p se desarrolló más allá, como v" y, basándose en Lapa (1936: 306), propone que en algunas palabras se operó una disimilación, probablemente refiriéndose a las que contienen otra consonante labial, tal y como ilustra pobo ∼ povo.
Al margen ya de las consideraciones fonéticas de la voz en cada dominio lingüístico, las pueblas, de acuerdo con Lang (1974-5: 216-219), aparecen en la toponimia en una segunda etapa de la repoblación –de carácter predominantemente señorial, impulsada y dirigida por la nobleza, las grandes instituciones eclesiásticas, el poder real y, a veces también, por los grandes concejos municipales–, en la que se intenta no solo repoblar los territorios recién conquistados a los musulmanes, sino también ocupar las zonas que habían quedado deshabitadas al haberse dirigido la población hacia el sur. Muchas de esas pueblas tienen una finalidad de carácter administrativo: la reagrupación de población dispersa.
A este respecto y al hilo de lo ya indicado, Menéndez Pidal (1960: XXXI) consideraba que, al menos en determinadas regiones, poblar significaba solo ‘organizar’, ya que Galicia, Asturias y Cantabria, que muestran abundantes topónimos de este tipo (Pobla, Pola, Puebla...), no sufrieron despoblación alguna y no necesitaban ser pobladas por gentes advenedizas, sino concentrar habitantes dispersos en caseríos sueltos para formar un municipio, una parroquia, o acaso solo una villa o burgo anejo a un municipio. Ruiz de la Peña (1981: 46-47) lo viene a confirmar para Asturias, de manera que es necesario entender la expresión, aplicada a la constitución de nuevos centros locales en la baja Edad Media, desde un sentido amplio; las actuaciones pobladoras no se ejecutaban sobre territorios yermos, sino poblados de antiguo, pero que, por sus condicionamientos geográficos, tenían una organización urbana endeble que era preciso concentrar. La concesión de determinados privilegios a una población existente, como el derecho a organizar mercado o la exención en el pago de impuestos, suele acompañar la constitución de estas pueblas.
En territorio valenciano, por su lado, se creó alguna Pobla para tratar de controlar a la población musulmana, mayoritaria en parte de las comarcas. Conviene advertir, además, que posteriormente surgirían pueblas (poblas…) ya con un valor similar al que adquirió pueblo (poble…) ‘localidad habitada menor que una ciudad’, siendo bastante plausible que se estableciera una correlación del tipo pueblo / puebla, por la que el femenino designara una entidad poblacional algo diferente, en tamaño o en alguna otra circunstancia, a la designada por el masculino.
Se trata en todo caso de un término característicamente hispánico; no sabemos si junto a alguno vasco como equivalente (quizás hiri / huri, hoy 'ciudad' y con otros valores en el pasado). El hecho de que en Francia y en Italia no exista un topónimo semejante permite contemplar el fenómeno como la particularidad de toponimia románica más característica de España ⎼como señalaba el propio Menéndez Pidal⎼ e, incluyendo a Portugal, de la península ibérica. Siguiendo esta misma idea, en palabras de Gargallo Gil (2014: 19), la de Puebla y sus homólogas hispánicas constituye una marca toponímica característica del espacio iberorromance frente a otros ámbitos herederos de la latinidad, como el galorromance o el italorromance.
Redacción: J. J. García Sánchez
Contribuciones de Emili Casanova Herrero, Javier Giralt Latorre, Claudia Elena Menéndez Fernández y Patxi Salaberri Zaratiegi.